Cuando
las facultades intelectuales se convirtieron en un obstáculo para algunas
creencias, se hace necesario emplear una política de desprestigio hacia ellas. De ésta política se derivan una variedad de ideas religiosas que desempeñan un papel
relevante en la valoración negativa del conocimiento. A continuación algunas de
ellas:
A)
Existe un Ser que posee todo el conocimiento posible, es decir, existe un Ser
que tiene conocimiento sobre la verdad.
B)
El hombre por sí solo es incapaz de
diferenciar lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo.
C)
Al ser incapaz de reconocer la verdad por su propia cuenta, el hombre necesita
a Dios para que se la comunique. Y entonces surge la noción de revelación divina.
D) La manera más efectiva
que encontró ese Dios para comunicar la verdad a los hombres fue por medio de
los profetas, ellos transmitirían esa verdad. Lo que significaría que sólo unos
pocos gozarían del privilegio de escuchar directamente la voz de Dios. La gran
mayoría de mortales deberíamos conformarnos con lo que supuestamente
escuchaban los profetas.
El
hombre convencido de su incapacidad para acceder a la verdad, no tendría más opción que someterse a las afirmaciones del profeta. Ya no podría creer en sus facultades intelectuales, la
desconfianza y el desprecio por sí mismo ya habían hecho efecto gracias al
mensaje divino.
Así
las cosas, se crea la falsa oposición entre conocimiento humano y conocimiento
divino, haciendo lugar a la valoración en términos positivos de todo aquello
que proviene de una supuesta fuente divina y una valoración negativa de todo
aquello que proviene de fuentes humanas.
La
sabiduría que es producto del esfuerzo humano es sinónimo de sabiduría
pecaminosa, vana y despreciable. Por el contrario la sabiduría profética, que es producto de la supuesta iluminación divina es lo inobjetable, lo infalible y lo que
por obligación todos debemos creer.
La
valoración de la sabiduría divina como algo superior a la sabiduría humana
establece una relación de inferioridad entre el resto de simples mortales con
aquel santo intermediario de Dios.
La
superioridad otorgada a la sabiduría divina genera desprecio por las
facultades intelectuales humanas, lo que le da al profeta el “privilegio” que
tanto anhelaba: el de no tener que aportar buenas razones y evidencias para
sustentar sus afirmaciones. Con el solo hecho de que el profeta agregara al final o al inicio de su discurso
“esto dice el Señor”, milagrosamente su discurso quedaría exento de revisión
crítica.
Cualquier
objeción al sacerdote sería vista como la palabra de un hombre contra la
palabra de Dios. Pero en realidad, es la palabra de un hombre contra la de otro
hombre. La superioridad que supuestamente le otorgan a Dios se la están dando de
hecho a hombres comunes y corrientes. Y lo que es más grave, a hombres que hacen
afirmaciones que carecen de buenas razones y evidencias.