¿Alguna
vez en una discusión han escuchado las siguientes palabras?
Sabiduría
de éste mundo, sabios según la carne, sabiduría humana. Son el tipo de palabras
que expresan la valoración negativa hacia la razón humana por parte de algunos
creyentes.
El respeto de lo divino se alimenta del desprecio a lo humano. Ese respeto otorga poder y privilegios: el profeta no justifica sus afirmaciones, está exento de ese deber. Lo que dice el profeta es verdad porque Dios así lo dice. El resto de simples mortales debemos aceptar lo que afirma sin objeción alguna. Exigir justificación es arrogancia, es blasfemar, es un acto de insubordinación.
Convencer al hombre de
envilecerse lo más posible es una de las estrategias utilizadas por el profeta.
Entre más te arrastres, cuanto más inferior te sientas mejor hombre te
considerará el Señor. Por supuesto no podría ser más conveniente para
el líder espiritual que el sentimiento de inferioridad se ejerza
sobre nuestras facultades intelectuales. La humildad la convierten en sinónimo
de sumisión de la razón. En ese orden de ideas, un hombre virtuosos
silencia sus facultades intelectuales y siente vergüenza de ellas
cuando se insubordinan al discurso profético. En su lógica entre
más derechos y poder entregues más aprobación obtendrás de Dios.
La política de desprecio de nuestras facultades intelectuales es crucial
para la dinámica de adoctrinamiento religioso; el individuo pierde
confianza en si mismo y tal desconfianza permite que se entregue completamente
a las ordenes del sacerdote o líder espiritual.
Se crean así las condiciones adecuadas para que el sujeto se someta. Te
sacan los ojos y luego te ofrecen un costoso y pésimo servicio de lazarillo.
Esto
plantea un escenario de sometimiento intelectual lamentable: en una relación
entre iguales todos tienen el deber y el derecho de dar y exigir razones, no
hay afirmaciones privilegiadas. En una relación de jerarquías no se dan ni se
exigen razones, solo hay hombres que ordenan y otros que obedecen ciegamente.