Desde
el punto de vista de la supervivencia es posible comprender porque es más fácil
creer que dudar. Cuando pequeños somos propensos a creer lo que nos dicen los
adultos. Nuestra mente en esta etapa puede absorber con facilidad las experiencias, ideas y
creencias que ellos nos enseñan. Éstas se adquieren la mayoría de las veces de una manera ágil, sin ninguna clase de duda
que las obstaculice y algunas de ellas se suelen arraigar a tal punto que cuando somos adultos
es difícil deshacernos de ellas.
Estas
características tienen origen en etapas evolutivas pasadas. Para poder
sobrevivir se requería de una mente que no se resistiera a ser moldeada; las
recomendaciones de un adulto a su hijo como por ejemplo: no juegues con fuego, no
te acerques al precipicio, ten cuidado con los leones; deberían ser obedecidas
sin ser cuestionadas. La ausencia de habilidades críticas aquí es una ventaja
en términos de tiempo, energía y conservación de la vida. Si el niño dudara y se pusiera en la tarea de
comprobar la verdad de cada recomendación muy seguramente no sobreviviría.
Aceptar o cuestionar la autoridad del adulto, obedecer o desobedecer desde el
punto de vista de la supervivencia haría mucha diferencia.
No
obstante, tales características pueden convertirse en un caldo de cultivo para
creencias erróneas, ya que se carece de las habilidades que nos ayudan a
diferenciar las creencias que están apoyadas en buenas razones y evidencias de
aquellas que no lo están.
Lo que en unos contextos puede ser una
ventaja en otros puede convertirse en una desventaja. Desventaja que conoce
muy bien el clero como profesionales en el
lavado de cerebro. Para ellos es de vital importancia las condiciones que favorecen la aceptación
acrítica de creencias e incluso buscan promoverlas y acentuarlas en la adultez
como si fueran virtudes.
“De
cierto os digo: que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no estará
en él”. (1)
“…Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has
revelado a los niños”. (2)
Aquí
la referencia a los niños no se hace precisamente por su pureza o ternura. Se
hace referencia a ellos por la ausencia de habilidades críticas y escépticas,
por su docilidad; no hay obstáculo alguno para el adoctrinamiento.
Uno de los aspectos que llaman la atención cuando estas características persisten
en la adultez es el papel pasivo del individuo en relación a la búsqueda de la
verdad. Por temor o comodidad el individuo renuncia a ser un elemento activo en
el proceso de consecución de conocimiento.
El delegar en una autoridad todo lo que creemos es problemático sobre
todo si esa autoridad se convierte en algo incuestionable. Lo que genera una
relación insana con esa autoridad: la falta de vigilancia crítica con aquellos
a quienes se les otorga ese papel nos hace más susceptibles a creer cosas
falsas y nos puede exponer a
consecuencias perjudiciales tanto para uno mismo como para los demás -- lo que es
paradójico hablando en términos de supervivencia--. Una posición mucho más
activa de los individuos es vital sobre todo en escenarios en los que tiene
lugar la manipulación informativa, donde la desinformación favorece ciertos cursos
de acción que contribuyen a los intereses
de unos pocos.
Hay que admitir que nuestras capacidades cognitivas son limitadas y no lo podemos saber todo sobre
todo; sin embargo esto no es una razón suficiente para no tener ninguna restricción
a lo que creemos. Cuando se abre lugar al escrutinio público de nuestras
creencias, cuando dejamos espacio para la autocrítica y la crítica reciproca es
posible compensar nuestras debilidades cognitivas. Cosa contraria a promover el
respeto gratuito a creencias sin evidencia.
Referencias
(1) Lucas: 18; 17
(2) Lucas: 10; 21