viernes, 12 de julio de 2013

Sabiduría divina (tercera parte)

"Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios". (1)



En su política de desprestigio de la sabiduría humana por parte de los profetas y predicadores no podría faltar el recurso de la intimidación del infierno y el soborno del cielo.

Cuando nos hacen tragar la mentira de que el objetivo central de la existencia humana es salvar nuestras almas de las llamas del infierno, los portavoces de Dios nos informan que la razón es un obstáculo para poder lograr esa meta. La exigencia de evidencias y buenas razones por parte del intelecto humano es un impedimento para poder dar lugar a la aceptación de la creencia religiosa. 

La sabiduría humana, según ellos, es algo malo para la vida espiritual, es una peligrosa debilidad que nos asegura la entrada en el infierno. Por eso los que hacen caso omiso a las objeciones y dudas provenientes de la sabiduría de este mundo, son los que ganarán la vida eterna y disfrutaran del tan anhelado  paraíso.


Así el predicador convierte hábilmente la razón en una herramienta de Satanás. Con ello ahoga las posibles dudas que puedan surgir en sus fieles seguidores. Cuando el creyente tenga cierto escepticismo respecto a lo que afirma el profeta, inmediatamente lo atacará el terror y el sentimiento de culpa al creer que se está dejando manipular por el demonio.

Aparece entonces la necesidad urgente de la fe. La fe nos salva de las garras de Satán. Con la fe se hacen añicos los controles que ejerce la razón y se le abre paso a la creencia religiosa. Así atenúa el creyente el terror al infierno y se siente más cercano a las puertas del cielo.

El costo de satanizar el intelecto humano cuando ejerce la duda y la crítica es que el sujeto se autoinhabilita y cree ciegamente en todo aquello que diga el profeta incluso si lo que dice va en contra de la realidad.

La fe sumada con el desprestigio de la razón es la combinación perfecta que permite que las creencias sin evidencias tengan un buen lugar en nuestras cabezas, allí se atornillan a tal punto que es imposible su abandono.

Referencias 
(1)  1 Corintios 1: 18

sábado, 1 de junio de 2013

Sabiduría divina (segunda parte)


¿Alguna vez en una discusión han escuchado las siguientes palabras?

Sabiduría de éste mundo, sabios según la carne, sabiduría humana. Son el tipo de palabras que expresan la valoración negativa hacia la razón humana por parte de algunos creyentes. 





El respeto de lo divino se alimenta del desprecio a lo humano. Ese respeto otorga poder y privilegios: el profeta no justifica sus afirmaciones, está exento de ese deber. Lo que dice el profeta es verdad porque Dios así lo dice. El resto de simples mortales debemos aceptar lo que afirma sin objeción alguna.  Exigir justificación es arrogancia, es blasfemar, es un acto de insubordinación.

Convencer al hombre de envilecerse lo más posible es una de las estrategias utilizadas por el profeta. Entre más te arrastres, cuanto más inferior te sientas mejor hombre te considerará el Señor. Por supuesto no podría ser más conveniente para el líder espiritual que el sentimiento de inferioridad se ejerza sobre nuestras facultades intelectuales. La humildad la convierten en sinónimo de sumisión de la razón. En ese orden de ideas, un hombre virtuosos silencia sus facultades intelectuales y siente vergüenza de ellas cuando se insubordinan al discurso profético. En su lógica entre más derechos y poder entregues más aprobación obtendrás de Dios.

La política de desprecio de nuestras facultades intelectuales es crucial para la dinámica de adoctrinamiento religioso; el individuo pierde confianza en si mismo y tal desconfianza permite que se entregue completamente a las ordenes del sacerdote o líder espiritual.  Se crean así las condiciones adecuadas para que el sujeto se someta. Te sacan los ojos y luego te ofrecen un costoso y pésimo servicio de lazarillo.


Esto plantea un escenario de sometimiento intelectual lamentable: en una relación entre iguales todos tienen el deber y el derecho de dar y exigir razones, no hay afirmaciones privilegiadas. En una relación de jerarquías no se dan ni se exigen razones, solo hay hombres que ordenan y otros que obedecen ciegamente.   

martes, 21 de mayo de 2013

Sabiduría divina (primera parte)




Cuando las facultades intelectuales se convirtieron en un obstáculo para algunas creencias, se hace necesario emplear una política de desprestigio hacia ellas. De ésta política se derivan una variedad de ideas religiosas que desempeñan un papel relevante en la valoración negativa del conocimiento. A continuación algunas de ellas: 

A) Existe un Ser que posee todo el conocimiento posible, es decir, existe un Ser que tiene conocimiento sobre la verdad. 

B) El hombre por sí solo es  incapaz de diferenciar lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo. 

C) Al ser incapaz de reconocer la verdad por su propia cuenta, el hombre necesita a Dios para que se la comunique. Y entonces surge la noción de revelación divina.

D) La manera más efectiva que encontró ese Dios para comunicar la verdad a los hombres fue por medio de los profetas, ellos transmitirían esa verdad. Lo que significaría que sólo unos pocos gozarían del privilegio de escuchar directamente la voz de Dios. La gran mayoría de mortales deberíamos conformarnos con lo que supuestamente escuchaban los profetas.


El hombre convencido de su incapacidad para acceder a la verdad, no tendría más opción que someterse a las afirmaciones del profeta. Ya no podría creer en sus facultades intelectuales, la desconfianza y el desprecio por sí mismo ya habían hecho efecto gracias al mensaje divino.

Así las cosas, se crea la falsa oposición entre conocimiento humano y conocimiento divino, haciendo lugar a la valoración en términos positivos de todo aquello que proviene de una supuesta fuente divina y una valoración negativa de todo aquello que proviene de fuentes humanas.

La sabiduría que es producto del esfuerzo humano es sinónimo de sabiduría pecaminosa, vana y despreciable. Por el contrario la sabiduría profética, que es producto de la supuesta iluminación divina  es lo inobjetable, lo infalible y lo que por obligación todos debemos creer.


La valoración de la sabiduría divina como algo superior a la sabiduría humana establece una relación de inferioridad entre el resto de simples mortales con aquel santo intermediario de Dios.

La superioridad otorgada a la sabiduría divina genera desprecio por las facultades intelectuales humanas, lo que le da al profeta el “privilegio” que tanto anhelaba: el de no tener que aportar buenas razones y evidencias para sustentar sus afirmaciones. Con el solo hecho de que el profeta  agregara al final o al inicio de su discurso “esto dice el Señor”, milagrosamente su discurso quedaría exento de revisión crítica.

Cualquier objeción al sacerdote sería vista como la palabra de un hombre contra la palabra de Dios. Pero en realidad, es la palabra de un hombre contra la de otro hombre. La superioridad que supuestamente le otorgan a Dios se la están dando de hecho a hombres comunes y corrientes. Y lo que es más grave, a hombres que hacen afirmaciones que carecen de buenas razones y evidencias.

lunes, 1 de abril de 2013

Bienaventurados los que no creyeron


Por supuesto hay quienes afirman lo contrario

 “... bienaventurados los que no vieron, y creyeron.” (1)

A continuación un ejemplo que señala como algunos creyentes hacen uso de lo que denominan el discernir espiritual, que es el tratamiento especial que le dan a sus creencias cuando éstas chocan con la realidad.



Un grupo de 150 sujetos afirman que Dios busca castigar el comportamiento pecaminoso de la humanidad dándole fin al universo. Basados en sus textos sagrados e informantes sobrenaturales concluyen que la fecha de la destrucción es X. Según estos individuos la única manera de salvarnos de la aniquilación divina es uniéndonos a su secta; esto nos garantizará un viaje  directo al paraíso, al nuevo mundo en el que no habrá más sufrimiento ni pecado, únicamente felicidad eterna. Curiosamente la unión a la secta implica: vender nuestras posesiones materiales y la entrega total de los bienes económicos al líder espiritual.

La secta recluida  en un lugar especial, espera la llegada del fin del mundo con canticos religiosos y oraciones. Llega la tan esperada fecha X y resulta que no ocurre absolutamente nada.

Al interrogar a uno de los integrantes de la secta sobre el por qué de la errónea predicción, éste afirmo que de ninguna manera estaban equivocados “Dios en su infinita compasión al ver nuestra fe, sacrificio y devoción espiritual tuvo compasión del universo y pospuso la fecha del exterminio. Este acto de misericordia no hay que entenderlo con la mente sino con la guía del Espíritu

“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para el son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.” (2) 

Después de unos días se notifico a las autoridades la desaparición del líder espiritual, no había rastro alguno de él. Al parecer fue al único ser humano que Dios decidió llevarse al  paraíso, incluyendo  por supuesto todos los fondos económicos de la secta.




Muchas veces me han aconsejado comprender las creencias religiosas no desde una perspectiva racional sino desde una perspectiva espiritual. En su opinión son creencias que deben ser miradas de una forma diferente, según ellos, es un error evaluarlas desde la  razón. Son sagradas y forman parte de una dimensión sobrenatural, una dimensión especial que curiosamente hace que la razón sea una herramienta inadecuada para la revisión de éstas creencias.

Por mi falta de tacto con sus creencias, me acusen de estar muerto espiritualmente.  Me dicen: “la razón humana no permite que escuches la voz de Dios”. Está claro, sensibilidad espiritual es insensibilidad con las razones y evidencias en contra. Discernir las cosas espiritualmente no es otra cosa que una actitud acrítica e irreflexiva con nuestras creencias. Es la actitud que obliga a la voluntad a creer a pesar de las incoherencias y evidencias en contra. Por eso, prefiero el amargo, frio  y arduo camino de la exigencia de buenas razones y evidencias a la comodidad del discernir espiritual. Afortunadamente estoy muerto espiritualmente…

Referencias

(1) San Juan 20: 29
(2) 1 Corintios 2: 14

sábado, 16 de marzo de 2013

La credulidad debilita el intelecto.


Hay una consecuencia negativa de la que generalmente no se habla cuando se refieren al exceso de creencia, esto es, cuando se cree sin restricción alguna, (cuando creemos basados en evidencia insuficiente o cuando creemos en contra de la evidencia). La credulidad debilita nuestro intelecto.



Al aceptar creencias gratuitamente facilitamos nuestra aceptación de creencias falsas. Pasando por alto algunas creencias sin soporte probatorio, debilitamos el filtro de control  y aumentamos la probabilidad de que más creencias falsas sean aceptadas de la misma forma. Desaparece la diferenciación necesaria entre aquellas creencias que están basadas en evidencias de aquellas que no lo están. 


Lo que nos impulsa a exigir evidencias a los demás y nos hace ser críticos con nuestras propias creencias es sofocado por la comodidad del autoengaño y el engaño reciproco. Tú no me exiges evidencia yo no te exijo evidencias. Tú no me incomodas yo no te incómodo. 


Se disminuye nuestra capacidad para regular nuestra confianza. Nos habituamos a confiar en situaciones en las que normalmente no lo haríamos. La confianza que otorgamos a nuestras creencias se fortalecerá incluso cuando es momento de abandonar la creencia, inhabilitando también nuestra capacidad para reconocer errores y evitar volver a caer en ellos.

sábado, 2 de marzo de 2013

Obstáculo epistémico y supervivencia



Desde el punto de vista de la supervivencia es posible comprender porque es más fácil creer que dudar. Cuando pequeños somos propensos a creer lo que nos dicen los adultos. Nuestra mente en esta etapa puede absorber con facilidad las experiencias, ideas y creencias que ellos nos enseñan. Éstas se adquieren la mayoría de las veces  de una manera ágil, sin ninguna clase de duda que las obstaculice y algunas de ellas se suelen  arraigar a tal punto que cuando somos adultos es difícil deshacernos de ellas.

  
Estas características tienen origen en etapas evolutivas pasadas. Para poder sobrevivir se requería de una mente que no se resistiera a ser moldeada; las recomendaciones de un adulto a su hijo como por ejemplo: no juegues con fuego, no te acerques al precipicio, ten cuidado con los leones; deberían ser obedecidas sin ser cuestionadas. La ausencia de habilidades críticas aquí es una ventaja en términos de tiempo, energía y conservación de la vida.  Si el niño dudara y se pusiera en la tarea de comprobar la verdad de cada recomendación muy seguramente no sobreviviría. Aceptar o cuestionar la autoridad del adulto, obedecer o desobedecer desde el punto de vista de la supervivencia haría mucha diferencia.


No obstante, tales características pueden convertirse en un caldo de cultivo para creencias erróneas, ya que se carece de las habilidades que nos ayudan a diferenciar las creencias que están apoyadas en buenas razones y evidencias de aquellas que no lo están. 


Lo que en unos contextos puede ser una ventaja en otros  puede convertirse en una desventaja. Desventaja que conoce muy bien el clero como  profesionales en el lavado de cerebro. Para ellos es de vital importancia  las condiciones que favorecen la aceptación acrítica de creencias e incluso buscan promoverlas y acentuarlas en la adultez como si fueran virtudes.


 “De cierto os digo: que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no estará en él”.  (1) 

“…Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños”. (2)  
    
Aquí la referencia a los niños no se hace precisamente por su pureza o ternura. Se hace referencia a ellos por la ausencia de habilidades críticas y escépticas, por su docilidad; no hay obstáculo alguno para el adoctrinamiento.

Uno de los aspectos que llaman la atención cuando estas características persisten en la adultez es el papel pasivo del individuo en relación a la búsqueda de la verdad. Por temor o comodidad el individuo renuncia a ser un elemento activo en el proceso de consecución de conocimiento.


El delegar en una autoridad todo lo que creemos es problemático sobre todo si esa autoridad se convierte en algo incuestionable. Lo que genera una relación insana con esa autoridad: la falta de vigilancia crítica con aquellos a quienes se les otorga ese papel nos hace más susceptibles a creer cosas falsas  y nos puede exponer a consecuencias perjudiciales tanto para uno mismo como para los demás -- lo que es paradójico hablando en términos de supervivencia--. Una posición mucho más activa de los individuos es vital sobre todo en escenarios en los que tiene lugar la manipulación informativa, donde la desinformación favorece ciertos cursos  de acción que contribuyen a los intereses de unos pocos.


Hay que admitir que nuestras capacidades cognitivas son limitadas y no lo podemos saber todo sobre todo; sin embargo esto no es una razón suficiente para no tener ninguna restricción a lo que creemos. Cuando se abre lugar al escrutinio público de nuestras creencias, cuando dejamos espacio para la autocrítica y la crítica reciproca es posible compensar nuestras debilidades cognitivas. Cosa contraria a promover el respeto gratuito a creencias sin evidencia.

Referencias 

(1) Lucas: 18; 17
(2) Lucas: 10; 21

viernes, 8 de febrero de 2013

El odio y la admiración como obstáculo epistemológico

Sí un sujeto tiene como uno de sus objetivos evitar tener creencias falsas y procurar acercarse a la verdad; debe actuar de tal forma que pueda aumentar la probabilidad de alcanzar esos objetivos.  Así como hay acciones que contribuyen a lograr ciertos objetivos también hay acciones que lo impiden. A las acciones que hacen difícil la obtención del conocimiento denominémoslas obstáculos epistemológicos: son acciones colectivas e individuales, conscientes e inconscientes que hacen menos fácil nuestro camino hacia la verdad. En seguida un ejemplo más de obstáculo epistémico.
Los sentimientos que nos generan las personas, algunas veces pueden ser un problema para juzgar ciertas afirmaciones con objetividad.  Sentimientos de admiración, de odio o de temor pueden influir de manera considerable a la hora de evaluar la opinión de alguien.  

Una persona a la cual no tenemos en muy buena estima puede estar en lo correcto cuando da su opinión, pero nuestros sentimientos negativos hacia ella pueden ser tan fuertes que imposibiliten el prestarle la debida atención y por ello privarnos de aceptar una opinión correcta. También se da lo contrario, si tenemos a una persona en muy alta estima, en algunos casos esto puede ser un inconveniente para la verdad. Una persona que nos genera admiración se puede equivocar en lo que dice y los sentimientos de aprecio que tenemos hacia ella pueden oscurecer tales errores y hacer que le creamos ciegamente.

Si Satanás afirma que 2 + 2 = 4,  su afirmación es verdadera aún cuando Satanás nos genere los peores sentimientos. Si Jesucristo afirma que 3 + 2 = 6, por más que lo diga Jesucristo o la madre Teresa de Calcuta debemos aceptar que su afirmación es falsa.
Por ello mesclar los sentimientos que tenemos hacia alguien a la hora de evaluar sus afirmaciones es un obstáculo epistémico en relación a nuestro objetivo de evitar el error y procurar tener creencias lo más cercanas a la verdad. Sentimientos de admiración pueden hacernos aceptar creencias falsas y sentimientos de odió pueden evitar que tengamos creencias correctas. Debemos sopesar qué razones o evidencias apoyan la afirmación, no centrarnos exclusivamente en la persona que hace la afirmación. Las afirmaciones son verdaderas o falsas independientemente de quien las diga.

viernes, 25 de enero de 2013

Anécdota epistémica



En un supermercado las cámaras de vigilancia capturaron una imagen oscura con forma humana, era una sombra parecida a un hombre pequeño. En el vídeo se observa a la imagen oscura moviéndose erráticamente y luego de manera repentina desaparece por uno de los pasillos del supermercado. Los dueños del lugar asombrados afirmaban que la sombra era un duende que había visitado su local. Ante la popularidad del vídeo expertos se interesaron en examinarlo, los resultados determinaron que lo que aparecía en el vídeo era en realidad una mosca que se había posado en el lente de la cámara. Cuando se hace el acercamiento de la imagen se ven claramente algunas patas, las alas y la cabeza del insecto. Los analistas llevaron los resultados de la investigación a las personas que afirmaban que la imagen del vídeo era un duende. Al enseñarles las imágenes y al explicarles el efecto visual del insecto en el foco de la cámara, los dueños del local se mostraron escépticos afirmando de manera persistente que la mancha oscura del vídeo era un espectacular duende y no una simple mosca. 


Este escenario refleja algunos de los errores que se suelen cometer en situaciones de credulidad. El primer error: la manera como estos individuos se apresuran a creer que la imagen es un duende, cuando lo más correcto habría sido que por lo menos suspendieran el juicio y se abstuvieran de creer; podrían haber afirmado que es difícil saber qué es lo que aparece en el vídeo ya que la imagen de hecho no era lo suficientemente clara. Pero al contrario, lo primero que hacen es afirmar que es un duende como si no existiera ninguna duda al respecto. Estos individuos creyeron algo basados en evidencia insuficiente. 


Segundo error: los sujetos nunca dudaron del asunto, se supone que entre más extraordinaria es la afirmación más sospechas debería generar entre los individuos, pero sucede todo lo contrario: ante la ambigua pero sorprendente imagen ocurre una aceptación irreflexiva. Lo asombroso que resulta una sombra oscura con movimiento propio asociada a un ser mágico les precipita a la creencia, a tal extremo que les hace inferir una tontería: que la explicación más probable es que un duende mágico visito de manera exclusiva su tienda y no que una mosca pueda posarse un momento en el lente de una de sus cámaras. La realidad al revés. 


Sin embargo concedámosles un poco a estos sujetos, uno puede comprender el error, muchas veces hemos sido victimas de nuestra percepción visual y creemos ver cosas que de hecho no son. Es fácil confundir una silueta oscura con la forma de un ser humano diminuto. Pero aún concediendo esto la situación no deja de tornase más difícil, tercer error: que al presentarles evidencia que demuestra que lo que creen es erróneo persistan en creer lo mismo. En lugar de abandonar la creencia sucede que se aferran mucho más a ella. Aquí el resbalón es más grave ya que no sólo se cree basados en información insuficiente sino que se cree en contra de lo que la evidencia dicta. 

Al tener plena conciencia de que la creencia que sostenemos es falsa es usual que voluntariamente tomemos el camino del sutil autoengaño, por ejemplo: se podría asociar la evidencia negativa a un plan de conspiración en el que alguien con oscuros intereses desea ocultar la verdad sobre la existencia de duendes. Lo anterior es una forma efectiva de quitarle fuerza a la evidencia en contra, lo que hace que sea más tolerable creer lo que va en contra de la verdad. Con todo, resistirnos a la evidencia no es otra cosa que darle la espalda a la verdad y preferir el engaño.


Por otro lado también sorprende que estos individuos sean más escépticos con los analistas y evidencias que les presentan que con su propia creencia de que un duende visito su autoservicio, lo que nos lleva al cuarto error: la tendencia a ser más rigurosos, exigentes con aquellas creencias que son opuestas a las nuestras y a ser más flexibles con aquellas creencias que refuerzan nuestras concepciones. Esa manera de ejercer nuestras habilidades escépticas da la falsa sensación de que somos cuidosos con lo que creemos cuando de hecho estamos frente a un caso grave de autoengaño. Una actitud escéptica ejercida correctamente no tiene preferencias. Debemos ser críticos de igual forma tanto de las ideas sospechosas de aquellos que tienen opiniones iguales a nosotros como de las ideas dudosas de aquellos que opinan distinto a nosotros.  

Lo anterior es una pequeña muestra de cómo nuestra relación con la verdad no es la más fácil ni la mejor sin embargo, no estamos condenados al engaño y afortunadamente hemos encontrado formas de mejorar nuestra situación epistémica y aunque no somos inmunes a esta clase de errores podemos mejorar nuestras posibilidades de apuntar y acercarnos al blanco. En próximas publicaciones intentare ampliar un poco más sobre este tema de los obstáculos epistémicos.