viernes, 2 de noviembre de 2012

La eutanasia y la cultura de la muerte


En Colombia el Congreso de la República aprobó en un primer debate el proyecto de reglamentación de la eutanasia, iniciativa de ley propuesta por el senador  del partido de ‘la U’ Armando Benedetti. La Comisión Primera del Senado aprobó éste proyecto con 10 votos a favor y 4 en contra.  Con ésta propuesta de ley se intenta cumplir la Sentencia 239 de 1997 de la Corte Constitucional que despenaliza la eutanasia o el homicidio por piedad con el consentimiento del individuo. En ésta Sentencia la Corte Constitucional pidió al Congreso la reglamentación de la eutanasia. En estos 15 años se han presentado 3 proyectos para hacerlo, sin embargo todos han sido archivados. Para que éste proyecto se convierta en ley debe pasar por tres debates más.
Si se aprueba el proyecto de ley, la eutanasia se practicaría sólo a individuos mayores de 18 años que padecen enfermedades graves que son incurables y que causen dolor insoportable.  El procedimiento deberá ser producto de una decisión libre y acordada con el médico que trate su enfermedad.
También en éste proyecto de ley se crea la figura de petición de eutanasia que deberá ser elaborada cinco años antes de que el paciente pierda la capacidad de expresar su voluntad; será un documento que estará registrado por un notario, donde el paciente expresará su voluntad de darle fin a su vida. Tal documento será evaluado por un comité médico.  



El debate sobre el tema de la eutanasia se abre de nuevo y por supuesto los sectores religiosos y conservadores de mí  país sentaron su voz de protesta. A continuación presentaré algunas de las afirmaciones de moda que suelen usar para defender su posición en contra de la eutanasia:
A. No se puede legislar a favor de la muerte, ésta no puede ser convertida en un derecho. No podemos dejar que los antivalores se impongan. No podemos permitir que la cultura de la muerte y el desprecio por la vida se apoderen del país.
B. Dios es el único ser que puede decidir sobre la vida y no el hombre. No podemos disponer de la vida de otro, ni tampoco podemos atentar contra nuestra propia vida. No podemos hacer lo que queramos con la vida, ya que ésta es sagrada.
Respecto al punto A: es curioso que algunos creyentes nos acusen de ser promotores de la cultura de la muerte. ¿Somos acaso nosotros los obsesionados con el más allá? ¿Somos nosotros los que infundimos terror sobre la muerte predicando sobre el infierno y el paraíso? ¿Somos nosotros los obsesionados con el apocalipsis o fin del universo? ¿Somos nosotros los que le quitamos el valor a la vida inventándonos el más allá, el alma, el espíritu, y los seres sobrenaturales? ¿Es acaso nuestro símbolo insignia un hombre ensangrentado agonizando en una cruz? ¿Hacemos de las enfermedades el medio para el castigo divino y la fuente de purificación para el alma?
Los verdaderos promotores de la cultura de la muerte son otros. Infundiendo  los valores del desprecio del más acá con las mentiras del más allá, como cuando se obliga a otros a morir lenta y dolorosamente porque para ellos  una muerte tortuosa es algo virtuoso o cuando obstaculizan los intentos de legislar a favor de la muerte digna poniendo a los ciudadanos a disputar sobre los derechos de propiedad que tiene un ser imaginario sobre las vidas humanas.
En relación a B es un punto complejo ya que implica varios conceptos  discutibles, sin embargo por ahora veamos una de las consecuencias que supone afirmar que Dios es el único ser que puede decidir sobre la vida: la idea de que las vidas humanas son propiedad exclusiva de Dios significa que tanto la vida como la muerte  deben depender de la voluntad de Dios. Si esa idea es verdadera entonces tanto vivir como morir es algo que está reservado exclusivamente al poder divino.
En ese orden de ideas no sólo disponemos de nuestra vidas cuando intentamos ponerle fin, también disponemos de la vida  cuando nos esforzamos por conservarla ante las adversidades humanas y naturales. Si sólo Dios tiene derechos exclusivos sobre la vida de los hombres tanto quitarse la vida como luchar por sobrevivir sería violar el derecho exclusivo que tiene Dios sobre la vida. Éste absurdo supone entonces que darle fin a la vida como luchar por conservarla es igual de inmoral o en palabras de David Hume:
“Si esquivo una piedra que fuera a caer sobre mi cabeza, distorsiono el curso de la naturaleza, e invado la provincia privada del Todopoderoso alargando mi vida más allá del periodo de las leyes generales de la materia y el movimiento le habían asignado”.

En el mes de noviembre intentaré abordar cada semana en pequeñas partes algunos de los argumentos que usualmente esgrimen los creyentes en contra de la eutanasia

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